lunes, 17 de septiembre de 2012

La dimisión de Esperanza: un "homenaje" desde el rencor y la nostalgia

Dimite Esperanza Aguirre y yo brindo con cerveza por el fin de una era. Sé que su séquito impondrá el continuismo (al menos, antes de caer devorados por más vastas maquinarias...) pero como soy de buen conformar, con no ver ni oír, me doy por satisfecha.

Esperanza Aguirre ha sido una sorpresa constante: desde las colosales meteduras de pata en su época al frente del Ministerio de Cultura (y ese CQC que la encumbró a  la gloria, a su pesar, pero también a pesar de todo) hasta su aterrizaje en la Comunidad de Madrid, donde parecía una broma de mal gusto que la sucesora del Dios Ra (o Ga) fuera una señorona de buena familia que no parecía andar sobrada de luces y que se alzó con la Presidencia de una forma, cuanto menos, dudosa.

Obviamente nos equivocamos: Esperanza Aguirre estuvo desde el minuto uno a la altura de las circunstancias a base de populismo ranciote y mucha mano de hierro. Viví en Telemadrid el traspaso de poderes y contemplé impasible el avance de la carcoma. Amante de la adulación, fue poblando de estómagos agradecidos un ente herido de muerte. Así, a la desidia de muchos, se le sumó un tropel de personajillos de miseria, dispuestos a todo por la más leve migaja del pastel.

No sé si lo que decían lo pensaban verdaderamente, o si lo que pensaban lo mentarían en voz alta al menos a solas consigo mismos por eso de aliviar la conciencia, pero al recordar, sólo permanece vívida una metáfora visual de lo más elocuente: una jauría de perros arrancando a mordiscos todo a su paso y dispuestos a ser azotados con tal de pegar un  lametón al hueso suculento del poder y la gloria. Era aquella la época dorada de la Espe, cuando Virginia Drake publicaba "La Presidenta", una biografía complaciente cuyo título sugería miras más altas...



Como soy humana (y además autoindulgente) no me importa reconocer que hablo desde el rencor más absoluto. Y a mucha honra. Mi desvelos en el turno de noche o las experiencias (buenas y malas) vividas allí a lo largo de seis largos años no me nublaron, sin embargo, la razón. Tenga uno la ideología que tenga, es de elemental sentido común que la redifusión en radio de un programa de televisión es una idea surrealista; que desde un punto de vista estrictamente audiovisual Curri Valenzuela fue una elección inquietante; y que las peleas de gallo cúpula- sindicatos/ sindicatos- cúpula en la copa de Navidad al modo barriobajerismo patrio no son un síntoma de un ambiente laboral saludable.


Por todo ello, para mí Esperanza Aguirre significa mucho del Telemadrid bajo su mandato. Y cuando observo, ya sin sorpresa ninguna, el desembarco de muchos acólitos en mejores puertos ante el inminente hundimiento, pienso en capitanes y ratas, y en ratas y capitanes. Y en la estela de huérfanos que abandona a su suerte. Lástima...

Y aquí lo dejo, que me estoy indigestando con tanta libertad de expresión...(ahora que puedo, ¡ja!)

lunes, 10 de septiembre de 2012

Grey :el (no) morbo de saldo es para el verano

El verano que termina tiene nombre de amor y no de sexo. Se llama Grey, y protagoniza una trilogía que se ha convertido en compañera inseparable de infinidad de mujeres. “Cincuenta sombras de Grey” asoma aquí y allá en bolsos ajenos, toallas de playa, lecturas de metro o cajones de oficina. El libro, promete, “te obsesionará, te poseerá y quedará para siempre en tu memoria”. He de decir que, en mi caso, la obsesión se transformó en estupor, la posesión en supremo aburrimiento y que en mi memoria perdura lo justo. Fracaso total ante una lectora que se vanagloria de ser fan absoluta de la literatura popular, la literatura barata y, por supuesto, la literatura francamente mala.


Opina mi amiga Coco que lo peor es cuando Grey (que es rico, guapo, brillante y aficionado al sado) le dice a Anastasia (una loser de libro- Coco dixit, ensañándose como sólo ella sabe-):  "Te doy una moneda por tus pensamientos”.  Este lenguaje de conquistador barato es sin duda sintomático de la impresión general que produce el libro: que ha sido escrito por una quinceañera idiota. Christian Grey encarna todos los anhelos de adolescencia que las mujeres nos resistimos a abandonar (es detallista, nos hace sufrir pero sólo lo justo, significa la promesa de una vida mejor, es guapo y posee una mente privilegiada), y Anastasia Steel representa  aquellos valores que las féminas consideramos admirables y los hombres no tanto, es decir, esa mujer de la que se enamoran porque es culta, inteligente, posee una personalidad propia y firmes convicciones morales, aunque no está dotada de un físico espectacular.



El amado Grey siempre lleva condón el bolsillo, renuncia a sus costumbres desviadas (¿?) por el sexo tierno del amor más puro (¡ay!) y la colma de regalos y atenciones.

La decepción ante “Cincuenta sombras de Grey” no sería tal si nos lo hubieran vendido como lo que es: un novelita romántica al uso. Ocurre que la promesa de morbo se va amortiguando página a página, esperando una gloriosa escena final en la habitación roja del dolor, sin que ésta llegue a producirse.  

Quizá seamos nosotras las desviadas, pero yo creo que el morbo no nace precisamente de la fantasía edulcorada, sino de etimología pura del propio sustantivo:  la fantasía enferma de los deseos prohibidos. Y en esa línea, lecturas de antaño, como “La vida sexual de Catherine M.”, “Los cien golpes” de Melissa P. , y por supuesto, “Las edades de Lulú”, son una forma mejor de condimentar con un poco de escándalo la obligada (y a veces tan tediosa) rectitud de nuestras vidas.