lunes, 10 de septiembre de 2012

Grey :el (no) morbo de saldo es para el verano

El verano que termina tiene nombre de amor y no de sexo. Se llama Grey, y protagoniza una trilogía que se ha convertido en compañera inseparable de infinidad de mujeres. “Cincuenta sombras de Grey” asoma aquí y allá en bolsos ajenos, toallas de playa, lecturas de metro o cajones de oficina. El libro, promete, “te obsesionará, te poseerá y quedará para siempre en tu memoria”. He de decir que, en mi caso, la obsesión se transformó en estupor, la posesión en supremo aburrimiento y que en mi memoria perdura lo justo. Fracaso total ante una lectora que se vanagloria de ser fan absoluta de la literatura popular, la literatura barata y, por supuesto, la literatura francamente mala.


Opina mi amiga Coco que lo peor es cuando Grey (que es rico, guapo, brillante y aficionado al sado) le dice a Anastasia (una loser de libro- Coco dixit, ensañándose como sólo ella sabe-):  "Te doy una moneda por tus pensamientos”.  Este lenguaje de conquistador barato es sin duda sintomático de la impresión general que produce el libro: que ha sido escrito por una quinceañera idiota. Christian Grey encarna todos los anhelos de adolescencia que las mujeres nos resistimos a abandonar (es detallista, nos hace sufrir pero sólo lo justo, significa la promesa de una vida mejor, es guapo y posee una mente privilegiada), y Anastasia Steel representa  aquellos valores que las féminas consideramos admirables y los hombres no tanto, es decir, esa mujer de la que se enamoran porque es culta, inteligente, posee una personalidad propia y firmes convicciones morales, aunque no está dotada de un físico espectacular.



El amado Grey siempre lleva condón el bolsillo, renuncia a sus costumbres desviadas (¿?) por el sexo tierno del amor más puro (¡ay!) y la colma de regalos y atenciones.

La decepción ante “Cincuenta sombras de Grey” no sería tal si nos lo hubieran vendido como lo que es: un novelita romántica al uso. Ocurre que la promesa de morbo se va amortiguando página a página, esperando una gloriosa escena final en la habitación roja del dolor, sin que ésta llegue a producirse.  

Quizá seamos nosotras las desviadas, pero yo creo que el morbo no nace precisamente de la fantasía edulcorada, sino de etimología pura del propio sustantivo:  la fantasía enferma de los deseos prohibidos. Y en esa línea, lecturas de antaño, como “La vida sexual de Catherine M.”, “Los cien golpes” de Melissa P. , y por supuesto, “Las edades de Lulú”, son una forma mejor de condimentar con un poco de escándalo la obligada (y a veces tan tediosa) rectitud de nuestras vidas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario