Opina mi amiga Coco que lo peor es cuando Grey (que es rico,
guapo, brillante y aficionado al sado) le dice a Anastasia (una loser de libro- Coco dixit, ensañándose como sólo ella sabe-): "Te doy una moneda por tus pensamientos”. Este lenguaje de conquistador barato es sin
duda sintomático de la impresión general que produce el libro: que ha sido escrito
por una quinceañera idiota. Christian Grey encarna todos los anhelos de
adolescencia que las mujeres nos resistimos a abandonar (es detallista, nos
hace sufrir pero sólo lo justo, significa la promesa de una vida mejor, es
guapo y posee una mente privilegiada), y Anastasia Steel representa aquellos
valores que las féminas consideramos admirables y los hombres no tanto, es
decir, esa mujer de la que se enamoran porque es culta, inteligente, posee una
personalidad propia y firmes convicciones morales, aunque no está dotada de un
físico espectacular.
El amado Grey siempre lleva condón el bolsillo, renuncia a sus
costumbres desviadas (¿?) por el sexo
tierno del amor más puro (¡ay!) y la colma de regalos y atenciones.
La decepción ante “Cincuenta sombras de Grey” no sería tal
si nos lo hubieran vendido como lo que es: un novelita romántica al uso. Ocurre
que la promesa de morbo se va amortiguando página a página, esperando una
gloriosa escena final en la habitación roja del dolor, sin que ésta llegue a
producirse.
Quizá seamos nosotras las desviadas, pero yo creo que el
morbo no nace precisamente de la fantasía edulcorada, sino de etimología pura del propio sustantivo: la fantasía enferma de los deseos prohibidos. Y en esa línea,
lecturas de antaño, como “La vida sexual de Catherine M.”, “Los cien golpes” de
Melissa P. , y por supuesto, “Las edades de Lulú”, son una forma mejor de
condimentar con un poco de escándalo la obligada (y a veces tan tediosa) rectitud de nuestras vidas.
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