Me gustan los días lluviosos
porque me acercan sin pudor a la melancolía. Es como si tuviera una disculpa
para agazaparme bajo la almohada y hacerle un corte de mangas a todo lo que me
disgusta.
En días como éste practico la
evasión de la lectura de una forma compulsiva. Pero soy cuidadosa en mi
elección. En el batiburrillo de papel que configura mi biblioteca particular
(rigurosamente caótica) se agolpan los estados de ánimos sin orden ni
concierto. Y en los últimos tiempos la fantasía, la novela gótica y la
literatura abiertamente siniestra han llegado a ocupar un lugar de honor, imponiéndose
al sesudismo guay con el que trataba
de dirigir (entre bostezos, a menudo) mi desarrollo intelectual. El afecto por
ese par de estantes de los horrores me lo reservo, lluvia aparte, para cuando el
mundo se vuelve feo y es mejor pensar que existen otros que son mejores solo
porque no tienen nada que ver con este.
Revisito a Stephen King por todo
ello: porque llueve, porque me lo impone mi estado de ánimo y porque significa
evasión en estado puro. Sumergida en 22/11/63
vivo el renacimiento del King de sus mejores obras. El reencuentro con Derry y los ecos de It es la mejor forma de ganarse a un público que ha padecido (con
placer malsano) horrores del calibre de
Insomnia o El retrato de Rose Madden.
Sucede (y lo digo con absoluto conocimiento de causa) que sus novelas
transmiten a pesar de todo, buenos sentimientos. Y no importa la oscuridad
que se ciñe sobre sus personajes, ni la prevalencia de la muerte, ni siquiera
las miserias de la América profunda que King refleja sin compasión. Hay un halo
de moralidad sincera que va más allá de los pactos con el diablo, los seres del
inframundo, el habitual de Alcohólicos Anónimos y encantadores padres de familia que llevan un revólver cargado en la guantera de su Buick. Me gusta Stephen King
porque al final, se sacude la mugre del hombro y, en un solo gesto, se hace la
luz. Y eso es mucho decir para quienes venimos de un lugar donde la mierda no
sale ni con varios lavados.
PD: Si algún día queréis probar
el auténtico terror ahí van dos recomendaciones: “El quinto hijo” de Doris
Lessing pero, sobre todo, “Deseo” de Elfriede Jelinek. Dos lecturas de
Nobel que abordan la oscuridad hasta
extremos insoportables…