domingo, 22 de julio de 2012

Bocados finales

Con cruces rojas tacho en mi calendario mental los días que quedan para las vacaciones. Madrid se vacía poco a o poco: la hora punta respira sin legañosas multitudes, los atascos se diluyen en un paisaje reconfortante de calles desahogadas, encontrar un bikini bandeau es ya inviable y el calor aprieta en esta sucesión de días, los días previos, en los que uno ha de dejarse llevar por la inercia para seguir trabajando como si media España no anduviera ya con los pies en la arena.



Nueve, ocho, siete, seis. El cansancio acumulado se desparrama y es el momento en que a uno le tienta dejar lo que queda del bocadillo, sacudirse las migas de la pechera y huir para no volver. Será que los mayores, con su práctica sabiduría, andan tomando el sol allá en el sur y no están para zanjar con un " te jodes" cualquier amago de existencialismo....

lunes, 9 de julio de 2012

Revenue...

Bodas, bautizos y baby showers. La felicidad a los 30 tiene un regusto casposo de felicidad azucarada, adornada por regalos de toda índole y fiestas infumables. Yo, como Carrie Bradshow proclamó allá en los 90 desde el pozo-altar o altar-pozo de la soltería, exijo mi revenue por la inversión (moral y económica) realizada.



En esa línea, propongo celebrar cada fracaso como si no hubiera un mañana. Que es bien sabido que los disgustos pierden fuelle con un par de zapatos nuevos...

domingo, 1 de julio de 2012

"Hard Times"

Leí "Tiempos Difíciles" hace años, en tiempos de bonanza. Entonces, la realidad de Dickens, la descripción de aquel mundo donde cada individuo era una mera pieza (sustituible por tanto) de una vasta maquinaria parecía un mero relato decimonónico.  Cada individuo, sus manos; cada individuo definido por su lugar en el engranaje; cada individuo, lo que hace, nunca lo que es. En su retrato de los personajes, poco piadoso, Dickens ahonda en sus miserias, en sus bondades, trata de devolverles la humanidad, contribuir a esa fantasía que todos tenemos: soy humano ergo único.

Como soy de natural poético (signifique esto lo que signifique...),  ahora, cuando viajo en el metro, cuando escucho las conversaciones de café en las mañanas cálidas de este verano que empieza, cuando observo el devenir de los días, con sus prisas, con sus miedos, a esa multitud anónima (que vuelve a ser tuerca, pistón, cortador) no puedo evitar pensar que la luz de Madrid también ha cambiado. Y me recuerda a ese Coketown que "tenía un canal negro y un río que corría rojo de tinte maloliente y grandes edificios llenos de ventanas en los que reinaba una trepidación y una convulsión continuas durante todo el día, y en donde el pistón de la máquina de vapor subía y bajaba monótonamente como la cabeza de un elefante aquejado de locura melancólica".



Solo que ya no hay poesía en esas mañanas: primero el pan y luego las flores. Ahora, la sensación de desastre en tan real que, al evocarla, siento como si le estuviera dando vida. ¿Quién se complace en pensar lo malo acaba por convocarlo?