lunes, 19 de noviembre de 2012

Citas que ya no conmueven


Vivimos en la era de las citas. Filósofos de hoy y de siempre escupen su saber universal en un puñado de frases que invaden, cual peste existencial, muros de Facebook, cuentas de Twitter y variados modelos de ppt de cuestionable gusto.  Si las atribuciones no fueran tan dudosas, las que son certeras tan manidas y las presentaciones tan condenadamente horribles, quizá yo misma me vería tentada de erigirme en acólita de un Jorge Bucay como cualquier otro y proclamar el optimismo de vivir, a pesar de la vida misma, allá donde las palabras me lleven.

Hubo unos años en los que yo recolectaba citas en un cuaderno de papel (oh, cruel nostalgia) buscando en ellos paliar esa desazón adolescente de sentirse único. Pero en su vertiente online, mucho menos íntima, la demanda ha hecho crecer como setas en otoño esas frases grandilocuentes que García Márquez jamás escribió, esas otras (simplistas) que Paulo Coelho rubrica sabedor de que se propagarán hasta la saciedad, y, de guarnición, unos horrípidos unicornios que triunfaron como paradigma de la inspiración New Age.

Me refiero a algo como esto:




No sé por qué cada vez que leo una cita veo unicornios, pero me lo haré mirar. Aunque me gusta todavía menos ver el color anímico de quien lo postea a pecho descubierto. Da como pudor...


lunes, 8 de octubre de 2012

Glamourama

Queridísimo L.:


Han pasado ya varios días desde mi breve incursión en el mundo de los seguros. Decidí, aquella misma noche, que deambular por Madrid bajo la lluvia y ver películas francesas no era una actitud madura, por mucho que el cine europeo se empeñe en exaltar los sinsentidos de la existencia a base de cielos melancólicos, diálogos de cigarrillo y largos paseos por urbes decadentes. No quería hacer de mi vida un guión de Costa-Gavras. Ni siquiera de Bertolucci, aunque la vida sexual de sus personajes me resulte tentadora.

Pues bien: después de escribir, aquel día, mi propio guión (con su lluvia y su paseo y sus locales decadentes) decidí hurgar en Infojobs en busca de nuevas miras. Glamourama S.L. contestó a mis súplicas (enviar un currículo siempre lo es, como tú dices) aquella misma mañana. Te ahorraré el procedimiento: apenas una semana más tarde entré por la puerta grande de una sofisticada tienda, impoluta hasta el extremo. ¡Tan delicada!  Y perfumada. Y cara. La encargada, una rubia raquítica, ataviada con un blanco vestido que destacaba su piel tostada, me hizo entrega de unos pantalones de lana fría, ideales para el verano de Madrid.
 
-          -  Creo que me van a estar grandes- osé decir-.
-         - No, no te están grandes. Son así – amenazó, cortante, desde el sufrido altar de su anorexia-.
-         -  ¿Y la americana también me la tengo que poner? Hace un poco de calor y si tengo que estar moviénd…
-          - Son las normas. Las normas no las pongo yo, pero hay que cumplirlas.

Yo pensé: “Zorra”. Pero sólo dije: “Fenomenal”. Y así han transcurrido ya varios días. Mi osadía se diluye alarmando camisetas durante horas, o colocando cajas de zapatos a diez metros del suelo, en la apacible soledad del almacén. Y cuando estoy en caja, una cámara vigila mis movimientos, L.,  como un ojo acusador que me grita “ladrona, ladrona, ladrona”. El ojo acusador vigila también a la Abeja Reina en su taconeo, por mucho que ella se pavonee con las clientas famosas, como si fuera la dueña de este tinglado. Yo la miro y pienso: “Eres idiota”. Ella me mira y susurra: “No te apoyes en la vitrina. La espalda recta. Te lo digo todos los días. Queda fatal”.



Las clientas ignoran mi existencia pues soy sólo una parte más del mobiliario y, cuando me necesitan, hacen un gesto con la mano. Me acerco, erguida (como no), con paso ligero y mi sonrisa caballuna en todo su esplendor.

-        -   ¿Necesita que le ayude con algo (imbécil)?
-      -     ¿Tienes los peep toes azules en el 39 (basura)?
-        -   Ahora mismo se los busco (y ojalá te partas el tobillo con ellos, desgraciada).

Y así transcurren mis días, querido L. No tengo muchas batallas que narrar, tal vez mi triunfo personal sea que mantengo mi autoestima a pesar de que mis uñas están mal pintadas, mi maquillaje es insuficiente y tengo mala cara. O eso dice Abeja Reina, que exuda belleza por todos sus poros. Lo que tengo es mala hostia después de seis horas sin fumar, entiéndeme. Yo soy muy de cigarrillos. Con o sin diálogos. Pero Abeja Reina no me concede cinco minutos de gracia. Abeja Reina me provoca odio y lástima. Siempre he sido de sentimientos encontrados, L., tú lo sabes bien, así que no sabría decirte cuál de los dos predomina. Es más lástima cuando observo las faltas de ortografía en las notas hirientes que deja a sus empleados en el corcho de la trastienda, tratando de adsorber nuestra moral. Y más odio cuando la clienta siempre tiene razón, por mucho que esa clienta sea una palurda maleducada y se empeñe en reventar la talla 40, que dejó de usar en el 94.

Hoy he tenido mi primer encontronazo con una de ellas. He salido airosa, he de decir, aunque la hubiera degollado allí mismo para que dejara de gritar como una condenada loca. Por mucho menos han estallado revoluciones.



Íntimamente, estoy satisfecha. Porque finjo bien que me interesa que este bolso se llame bowling, este city y este doctor bag, y acepto de buen grado que ahora sea trendy combinar el negro y el azul marino. Y cuando llego a casa y me doy una ducha para quitarme el olor dulzón del jodido flus flus con el que tengo que perfumar el interior de las bolsas después de doblar y envolver en papel de seda tanta prenda y tanta leche, tengo la mente en blanco. Soy libre de preocupaciones. Admiro el entusiasmo de quienes hacen horas extra y aceptan de buen grado los aguijonazos de Abeja Reina. Pero yo soy una Abeja Chunga. Y las abejas chungas cumplimos escrupulosamente nuestro cometido mientras nos cagamos en la madre que parió a Abeja Reina y a las señoronas que nos visitan casi cada mañana, puntualmente, y que no tienen mejor ocupación que gastarse los cuartos de un marido que las desprecia. Y, aunque lo hagamos en silencio, se nos nota.

Supongo que no me van a renovar, L. así que creo que voy a abandonar, antes de pasar por semejante humillación. Cerrar etapa. Nada nuevo en la perpetua ceremonia del adiós.  Esta vez no hay paseo bajo la tormenta ni cine francés. Pero sí observo, pensativa, la noche sobre los tejados, a través de la ventana abierta. Tengo un café humeante en una mano y enciendo un cigarrillo. Sabes que me cuesta mucho resistirme a un buen encuadre. Y con esta escena (y la voz de Aznavour desplazándose, sinuosa, entre estas cuatro minúsculas paredes) mi dolor tiene hasta algo de épico, ¿no crees? Al menos es estético.

Esperando tus noticias y tus muy apreciados consejos, se despide, con cariño,

R.

PD: Una vez más: ¿por qué no le das una oportunidad al correo electrónico?

sábado, 6 de octubre de 2012

Desesperación S.A.

Querido L:


Hoy ha sido mi primer día de trabajo, después de una búsqueda imposible de varios meses.  Me he vestido y maquillado, he cogido el metro y me he encaminado, ufana, Castellana abajo, hasta casi el Bernabeu. Al llegar al edificio, he mirado hacia arriba, intentando atisbar tras sus ventanas un futuro prometedor. Pero en ellas solo se reflejaba el cielo encapotado de este lluvioso lunes de julio. Dos ridículos arbustos, agonizantes, franqueaban la puerta en un intento absurdo de embellecer la fachada, que debió de tener algo parecido al lustre allá por los años setenta. Tres jóvenes trajeados fumaban y reían en la entrada. No tenían pinta, L., de ejecutivos de éxito, ni siquiera de abogados de tres al cuarto: parecían vendedores de lavadoras en horas bajas, y la escena me ha resultado un poco deprimente.

Me he encaminado al interior del portal, de rancios dorados. Un portero sombrío ha levantado sus ojos con desgana unos segundos y los ha vuelto a posar en un periódico manoseado, así que he decidido valerme por mí misma  y buscar la ubicación de la oficina en un inmenso cartel mellado, salpicado de logos imposibles. Seguros Desesperación S.A., cuarto izquierda.

Al tercer timbrazo, una rubia descomunal de rojísimos labios ha abierto la puerta con ceremoniosa lentitud y me ha franqueado el paso hasta el mismo centro del paraíso. Un paraíso de moqueta desvaída, azul y triste, con paredes grises y un zumbido asmático de aire acondicionado. He escrutado su rostro mientras me explicaba, agazapada en su falsa sonrisa , las virtudes de la venta telefónica. No sé qué edad puede tener (haría falta una exploración arqueológica bajo su capa de maquillaje) pero no más de treinta y cinco. Me ha tendido un contrato, lo he rubricado con un entusiasmo de saldo y me ha conducido a un pequeño locutorio, con vistas al patio interior, y donde el ruido del aire acondicionado alcanzaba ya niveles grotescos. Mi puesto de trabajo consistía en una mesa marrón, un teléfono y una inmensa guía telefónica. También me han dado un bolígrafo, una libreta y un subrayador rosa. Menos mal que no era naranja, eso habría sido el colmo, L., tú sabes cuánto odio el color naranja.



He realizado exactamente diecisiete llamadas en cuarenta y tres minutos. En once de ellas apenas he podido pronunciar tres o cuatro palabras antes de oír un chasquido al otro lado de la línea. En tres se han excusado educadamente. En otras dos se han excusado muy poco educadamente. Y una tercera ha culminado con un “Vete a tomar por culo, que estoy hasta los cojones de que estéis dando el coñazo a todas las putas horas”. Bien, creo que esta última me ha convencido de que mis días en la venta de seguros telefónicos han terminado. Ha sido una carrera breve y trágicamente frustrada, pero uno debe aceptar que así son las etapas y yo estoy bien entrenada en esto del adiós. Así  que me he dirigido a la rubia de labios rojos (echaré de menos su sonrisa exultante sin razón de ser) y me he despedido.

En la calle, el cielo encapotado era ya una tormenta de verano, rabiosa y descomunal. Pero yo, L., necesitaba caminar y pensar. Así que he desandado Castellana, he torcido a la derecha por Raimundo Fernández Villaverde, a la izquierda por Modesto Lafuente (donde he comprado un sándwich y un par de plátanos en una tienda latina), a la derecha Martínez Campos, y he seguido caminando hasta Quevedo, y de Quevedo a Bilbao, y de Bilbao hasta Alberto Aguilera, y he girado a la izquierda en Serrano Joven, y he caminado Princesa abajo hasta Martín de los Heros. En este punto estaba ya tan completamente calada, que la ropa me pesaba sobre el cuerpo y se me escurrían los pies de las sandalias, así que he decidido entrar a ver una película francesa. He pagado mi entrada y me he refugiado de la lluvia en la oscuridad de la butaca.

 El argumento empieza con una mujer que deja su trabajo en París, vende todas sus cosas, se corta el pelo y viaja a Italia. Y luego sigue vendiéndolo todo hasta que no le queda más que la ropa que lleva puesta (bastante fea, por cierto) y una mochila y se va andando por caminos de cabras y carreteras costeras hasta que llega a una casa, y se queda en ella, y aparece la vecina, que es una chica joven, guapa y lesbiana, y un chico joven, al que no le importa que la guapa sea lesbiana y la francesa cincuentona, porque se enrollan entre los tres y tan ricamente.  Y sin diálogo. No hay diálogo en todo el metraje.



Así que, tras una mañana aciaga, el remate perfecto ha sido una película sin argumento a las cuatro de la tarde. La clase de película en la que esperas que pase algo durante 150 minutos y lo único que pasa es que se acaba y tú te quedas con cara de gilipollas. Como esta carta. La clase de película (y de carta) que uno escribe a la hora de la siesta sólo para matar el rato.

He de decir que la película francesa culmina con la protagonista subida sobre un promontorio con la hierba ondeando a sus pies y un perfecto mar al fondo. Yo he querido pensar que era una evocación de los placeres sencillos y no una rotunda tomadura de pelo. Quizás tú también le encuentres algún sentido elevado a esta misiva y no me odies por hacerte perder el tiempo, pero créeme que necesitaba dejar constancia de este primer y último día de trabajo de venta telefónica en Seguros Desesperación S.A.

Tuya, que te quiere,
R.

martes, 2 de octubre de 2012

Zara. Una oda otoñal

Fin de semana de ruina anímica y la maquinaria de la cotidianidad me levanta la moral como si la rutina fuera un condimento digno para la felicidad. No lo es. Quizá sea sano, pero insuficiente. De todas formas - me consuelo- el otoño es así: se tiñe de ocre el paisaje (imagino, en este Madrid, desolado paisaje de antenas y de cables), se desempolvan botas y abrigos, los días son más cortos y la vida más puta, porque el verano (el próximo) está tan lejos que parece irreal. La cínica que vive en mí aún llora con nostalgia la época estival, tan cerca y tan lejos, con sus playas doradas y su rica desnudez, como si fuera ésta la única escapatoria para los que consideramos que la auténtica autorrealización está en hacer lo que a uno le da la gana en cada minuto, como un Grimaldi de la vida, o sea, un ni-ni, pero con glamour.

Convivo mal con mis anhelos, porque la realidad me los devuelve con un tortazo en la cara. Y como soy pesimista, otoño significa bajón. Y, como soy hedonista, vivo y olvido. Y, como soy consumista, compro compulsivamente y relleno mi vacío existencial con trapillos de tres al cuarto que apaciguan mis pretensiones de una vida de glamour con un sentimiento que, remotamente, se parece a la satisfacción. La brevedad de este amago de felicidad malsana alivia mi cinismo, o lo alimenta, qué sé yo. Y así no pienso en la dosis de realidad que me aguarda, gota a gota, de aquí al próximo agosto.

A veces (muchas veces) ocurre eso. Que gastamos por aburrimiento. Que buscamos esa emoción de querer y poder tener. Aunque sea una falda de polipiel. La deseo, la pago. La felicidad a 29,95 euros. Todo un chollo. Aunque sea una felicidad superflua que pierde su brillo tras dos o tres puestas. La clase de felicidad que se abandona en el fondo del armario.



Y aún sabiéndolo, este fin de semana, me he dejado arropar por esa felicidad de centro comercial, y he aliviado este sentir otoñal con la estrecha calidez de un probador y he sido feliz, a mi burda manera. Pero ocurre que, después, hurgando en el trastero en busca de panas y lanas, he tropezado con la vieja caja donde todos guardamos los anhelos más íntimos, aquellos que brillan más porque son esquivos y porque no se pueden alcanzar a golpe de tarjeta de crédito. Y he querido creer que los ricos no son más felices, porque tampoco ellos pueden comprarlos, aunque su vida sea un verano perpetuo de playas doradas y no tengan que esperar al próximo agosto.

Pero soy una cínica. Y los cínicos no creen en cuentos. Creen en Inditex. Y en la santa nómina a fin de mes. Y aguardan el verano destilando la realidad. Emborrachándose con ella. Brindando con risas por la puta vida. Y bebiéndosela. Bebiendo a grandes sorbos a fin de cuentas...




lunes, 17 de septiembre de 2012

La dimisión de Esperanza: un "homenaje" desde el rencor y la nostalgia

Dimite Esperanza Aguirre y yo brindo con cerveza por el fin de una era. Sé que su séquito impondrá el continuismo (al menos, antes de caer devorados por más vastas maquinarias...) pero como soy de buen conformar, con no ver ni oír, me doy por satisfecha.

Esperanza Aguirre ha sido una sorpresa constante: desde las colosales meteduras de pata en su época al frente del Ministerio de Cultura (y ese CQC que la encumbró a  la gloria, a su pesar, pero también a pesar de todo) hasta su aterrizaje en la Comunidad de Madrid, donde parecía una broma de mal gusto que la sucesora del Dios Ra (o Ga) fuera una señorona de buena familia que no parecía andar sobrada de luces y que se alzó con la Presidencia de una forma, cuanto menos, dudosa.

Obviamente nos equivocamos: Esperanza Aguirre estuvo desde el minuto uno a la altura de las circunstancias a base de populismo ranciote y mucha mano de hierro. Viví en Telemadrid el traspaso de poderes y contemplé impasible el avance de la carcoma. Amante de la adulación, fue poblando de estómagos agradecidos un ente herido de muerte. Así, a la desidia de muchos, se le sumó un tropel de personajillos de miseria, dispuestos a todo por la más leve migaja del pastel.

No sé si lo que decían lo pensaban verdaderamente, o si lo que pensaban lo mentarían en voz alta al menos a solas consigo mismos por eso de aliviar la conciencia, pero al recordar, sólo permanece vívida una metáfora visual de lo más elocuente: una jauría de perros arrancando a mordiscos todo a su paso y dispuestos a ser azotados con tal de pegar un  lametón al hueso suculento del poder y la gloria. Era aquella la época dorada de la Espe, cuando Virginia Drake publicaba "La Presidenta", una biografía complaciente cuyo título sugería miras más altas...



Como soy humana (y además autoindulgente) no me importa reconocer que hablo desde el rencor más absoluto. Y a mucha honra. Mi desvelos en el turno de noche o las experiencias (buenas y malas) vividas allí a lo largo de seis largos años no me nublaron, sin embargo, la razón. Tenga uno la ideología que tenga, es de elemental sentido común que la redifusión en radio de un programa de televisión es una idea surrealista; que desde un punto de vista estrictamente audiovisual Curri Valenzuela fue una elección inquietante; y que las peleas de gallo cúpula- sindicatos/ sindicatos- cúpula en la copa de Navidad al modo barriobajerismo patrio no son un síntoma de un ambiente laboral saludable.


Por todo ello, para mí Esperanza Aguirre significa mucho del Telemadrid bajo su mandato. Y cuando observo, ya sin sorpresa ninguna, el desembarco de muchos acólitos en mejores puertos ante el inminente hundimiento, pienso en capitanes y ratas, y en ratas y capitanes. Y en la estela de huérfanos que abandona a su suerte. Lástima...

Y aquí lo dejo, que me estoy indigestando con tanta libertad de expresión...(ahora que puedo, ¡ja!)

lunes, 10 de septiembre de 2012

Grey :el (no) morbo de saldo es para el verano

El verano que termina tiene nombre de amor y no de sexo. Se llama Grey, y protagoniza una trilogía que se ha convertido en compañera inseparable de infinidad de mujeres. “Cincuenta sombras de Grey” asoma aquí y allá en bolsos ajenos, toallas de playa, lecturas de metro o cajones de oficina. El libro, promete, “te obsesionará, te poseerá y quedará para siempre en tu memoria”. He de decir que, en mi caso, la obsesión se transformó en estupor, la posesión en supremo aburrimiento y que en mi memoria perdura lo justo. Fracaso total ante una lectora que se vanagloria de ser fan absoluta de la literatura popular, la literatura barata y, por supuesto, la literatura francamente mala.


Opina mi amiga Coco que lo peor es cuando Grey (que es rico, guapo, brillante y aficionado al sado) le dice a Anastasia (una loser de libro- Coco dixit, ensañándose como sólo ella sabe-):  "Te doy una moneda por tus pensamientos”.  Este lenguaje de conquistador barato es sin duda sintomático de la impresión general que produce el libro: que ha sido escrito por una quinceañera idiota. Christian Grey encarna todos los anhelos de adolescencia que las mujeres nos resistimos a abandonar (es detallista, nos hace sufrir pero sólo lo justo, significa la promesa de una vida mejor, es guapo y posee una mente privilegiada), y Anastasia Steel representa  aquellos valores que las féminas consideramos admirables y los hombres no tanto, es decir, esa mujer de la que se enamoran porque es culta, inteligente, posee una personalidad propia y firmes convicciones morales, aunque no está dotada de un físico espectacular.



El amado Grey siempre lleva condón el bolsillo, renuncia a sus costumbres desviadas (¿?) por el sexo tierno del amor más puro (¡ay!) y la colma de regalos y atenciones.

La decepción ante “Cincuenta sombras de Grey” no sería tal si nos lo hubieran vendido como lo que es: un novelita romántica al uso. Ocurre que la promesa de morbo se va amortiguando página a página, esperando una gloriosa escena final en la habitación roja del dolor, sin que ésta llegue a producirse.  

Quizá seamos nosotras las desviadas, pero yo creo que el morbo no nace precisamente de la fantasía edulcorada, sino de etimología pura del propio sustantivo:  la fantasía enferma de los deseos prohibidos. Y en esa línea, lecturas de antaño, como “La vida sexual de Catherine M.”, “Los cien golpes” de Melissa P. , y por supuesto, “Las edades de Lulú”, son una forma mejor de condimentar con un poco de escándalo la obligada (y a veces tan tediosa) rectitud de nuestras vidas. 

miércoles, 15 de agosto de 2012

Ni piedra de una iglesia, ni piedra de un palacio, ni piedra de una audiencia

Me abandono hoy a la utopía. Y lo hago de la única manera en que uno puede sumergirse en su ideal personalísimo, es decir, diciendo sí a la ingenuidad, abrazándola con ansia ciega. Es un ejercicio que practico a menudo, en íntima rebeldía, contra la resignación que impone el mundo real.

Con la perspectiva que me dan las vacaciones, me recreo en el mundo laboral, donde la utopía es un sistema meritorio que arrancaría con la abolición absoluta de las universidades privadas. De este modo, los tontos ricos serían lo que son esencialmente (tontos), y los listos pobres dejarían de ser lo que esencialmente son en la actualidad (pobres). Impondría, pues, una dictadura de la inteligencia y el esfuerzo, donde la cuna no sería garantía de absolutamente nada, y donde quedarían fuera de juego ese hatajo de jefecillos que se definen por su ineptitud suprema y sus aficiones de élite, y que son lo que son gracias a una cartera paterna lo suficientemente nutrida como pagarles un pase a la gloria.



En mi extraño periplo de los últimos años he conocido a personas de inteligencia preclara, abrumadoramente cultas, honestas, trabajadoras y con un sentido del deber y de la responsabilidad envidiables. Pero carecían de toda ambición: no habían sido hechas para las peleas de gallo de despacho, jamás hubieran pagado cuarenta mil euros por un master que les enseñara a vender humo y, por supuesto, se pasaban por el arco del triunfo los convencionalismos y maneras que impone el networking más radical. Su ambición era solo ser quienes querían ser. Hacer exactamente lo que que querían hacer. Y su inteligencia no era el pasaporte para una vida de lujo y poder, sino para una vida más plena.

Dedico mi post de hoy a esa élite de auténticos librepensadores que no nacieron para ser ni piedra de una iglesia, ni piedra de un palacio, ni piedra de una audiencia. Aunque en mi ingenua utopía de la meritocracia real, son un material de construcción mucho más sólido que la moralla que sostiene los cimientos de este sistema nuestro. A los hechos me remito...




martes, 14 de agosto de 2012

Radicalismos (1): Detrás de todo gran hombre...


¿Se esconde una gran mujer? ¿Seguro?

Cuando conozco a la esposa/novia de un hombre que admiro y compruebo (oh, estupor) que es absolutamente estúpida, la decepción me atenaza con sus garras frías. Pienso entonces que:

1. Necesita excesivo alimento para su ego
2. O es redomadamente frívolo
3. O no la considera estúpida, o sea, que él también lo es
4. O yo soy una mala pécora y esclava además de las primeras impresiones



NOTA: Esta autora no postula en ningún caso la aniquilación de los idiotas del universo (de hecho, no puede estar segura si ella misma no es una de ellos), solo cree que una pareja imbécil es como llevar un Chanel con medias rotas (típica metáfora intelectual con la que demuestra que, efectivamente, es tonta del culo). En cualquier caso, la dirección de este blog deniega toda responsabilidad por las opiniones vertidas por sus colaboradores (y el detalle de que se trate de un foro unipersonal y, por tanto, "yo" y "yo" sea un desdoblamiento un tanto esquizofrénico carece de toda importancia...)

NOTA 2: Esta autora tampoco tiene culpa ninguna de que el dicho se refiera exclusivamente a lo que hay detrás de todo gran hombre, así que las acusaciones de sexismo barato, en la ventanilla de reclamaciones del refranero popular, gracias.

domingo, 22 de julio de 2012

Bocados finales

Con cruces rojas tacho en mi calendario mental los días que quedan para las vacaciones. Madrid se vacía poco a o poco: la hora punta respira sin legañosas multitudes, los atascos se diluyen en un paisaje reconfortante de calles desahogadas, encontrar un bikini bandeau es ya inviable y el calor aprieta en esta sucesión de días, los días previos, en los que uno ha de dejarse llevar por la inercia para seguir trabajando como si media España no anduviera ya con los pies en la arena.



Nueve, ocho, siete, seis. El cansancio acumulado se desparrama y es el momento en que a uno le tienta dejar lo que queda del bocadillo, sacudirse las migas de la pechera y huir para no volver. Será que los mayores, con su práctica sabiduría, andan tomando el sol allá en el sur y no están para zanjar con un " te jodes" cualquier amago de existencialismo....

lunes, 9 de julio de 2012

Revenue...

Bodas, bautizos y baby showers. La felicidad a los 30 tiene un regusto casposo de felicidad azucarada, adornada por regalos de toda índole y fiestas infumables. Yo, como Carrie Bradshow proclamó allá en los 90 desde el pozo-altar o altar-pozo de la soltería, exijo mi revenue por la inversión (moral y económica) realizada.



En esa línea, propongo celebrar cada fracaso como si no hubiera un mañana. Que es bien sabido que los disgustos pierden fuelle con un par de zapatos nuevos...

domingo, 1 de julio de 2012

"Hard Times"

Leí "Tiempos Difíciles" hace años, en tiempos de bonanza. Entonces, la realidad de Dickens, la descripción de aquel mundo donde cada individuo era una mera pieza (sustituible por tanto) de una vasta maquinaria parecía un mero relato decimonónico.  Cada individuo, sus manos; cada individuo definido por su lugar en el engranaje; cada individuo, lo que hace, nunca lo que es. En su retrato de los personajes, poco piadoso, Dickens ahonda en sus miserias, en sus bondades, trata de devolverles la humanidad, contribuir a esa fantasía que todos tenemos: soy humano ergo único.

Como soy de natural poético (signifique esto lo que signifique...),  ahora, cuando viajo en el metro, cuando escucho las conversaciones de café en las mañanas cálidas de este verano que empieza, cuando observo el devenir de los días, con sus prisas, con sus miedos, a esa multitud anónima (que vuelve a ser tuerca, pistón, cortador) no puedo evitar pensar que la luz de Madrid también ha cambiado. Y me recuerda a ese Coketown que "tenía un canal negro y un río que corría rojo de tinte maloliente y grandes edificios llenos de ventanas en los que reinaba una trepidación y una convulsión continuas durante todo el día, y en donde el pistón de la máquina de vapor subía y bajaba monótonamente como la cabeza de un elefante aquejado de locura melancólica".



Solo que ya no hay poesía en esas mañanas: primero el pan y luego las flores. Ahora, la sensación de desastre en tan real que, al evocarla, siento como si le estuviera dando vida. ¿Quién se complace en pensar lo malo acaba por convocarlo?

miércoles, 20 de junio de 2012

Autoayuda no, gracias

En esta vida hay tres cosas que me sacan de quicio (en realidad hay muchas más, pero no está bien decirlo): los libros de autoayuda, las citas motivadoras en los perfiles de Facebook y a Paulo Coelho. En esencia: rechazo (e incluso desprecio) a ese hatajo de psicólogos y místicos que iluminan nuestras vidas con verborrea de tres al cuarto.

A lo mejor, porque el optimismo fácil es demasiado para alguien que siente una fascinación morbosa por los devaneos existenciales. O porque, a fin de cuentas, el negro es mi color favorito, qué narices, y cuando me da por guardar luto a la vida en general (sobre todo en esos breves y dulcemente enervantes momentos que preceden a la cita mensual de toda mujer) mi sinrazón no la aplaca ningún texto blando.

Ahí está por ejemplo "El caballero de la armadura oxidada", una fábula infantiloide que nos enseña cómo avanzar por la "montaña de la vida" en medio del azote de las desilusiones, y librarnos de aquello que nos impide conocernos a nosotros mismos. Si lo estáis leyendo con la sensación de absurda pérdida de tiempo, os da miedito que uno de los personajes sea el yo interior del caballero, pero aún esperáis un final revelador, desengañaos: conocerte a ti mismo y aprender a amarte sirve para encontrar el amor. Con dos cojones.



Otro ejemplo es "Practicando el poder del ahora", una paranoia infumable sobre la trascendencia del Ser, la Vida Una, la Sensación-Realización y otro tipo de conceptos filosóficos high level que me hicieron huir, más o menos, en la página veinte. Puede que el tal Eckhardt Tolle sea un visionario, pero a mí me parece que está pidiendo a gritos algún tipo de tratamiento...

Por último, el siempre admirado Paulo Coelho. Lo siento Paulo, pero esa mística con tintes cristianos que emana de tus páginas hace tus libros y yo seamos incompatibles. Es un discurso muy bonito, sí, pero me da pereza.

De todas formas, no me hagáis caso, que yo soy más de autoayudarme a las bravas: si estás haciendo equilibrios al borde del precipicio, total, tírate, que la caída es rápida y cuando salgas, fijo, alguna lección habrás aprendido...

miércoles, 13 de junio de 2012

Futuros

Llevo unos días tratando de digerir el desastre que se avecina como si lo que se nos ha caído encima no fuera ya bastante. Persigo el optimismo con afán, desde mi absoluta nulidad para comprender conceptos económicos, o sea, desde las vísceras. No trato de asimilarme la opinión ajena del contertulio de confianza, ni empezaré a leer ahora las páginas salmón, que salpican desde hace tiempo el resto de páginas como un montón de mierda fresca.

La víscera es mi ignorancia. La víscera es aplicar lo particular a lo general, visualizar la realidad desde mi universo minúsculo y extrapolarla al resto del país. La víscera agorera quiere que me meta debajo de la cama y que lamente las decisiones que tomé, las oportunidades que perdí, la frivolidad de la bonanza que se fue para no volver. La víscera hedonista me incita a ignorar la realidad, elimina la visión literal, como si el ahora fuera el único sentido posible, y la próxima semana la última estación.

Si hay o ha habido algún atisbo de racionalidad desde que el fango comenzó a llegarnos por las rodillas ha sido el miedo continuo a que su nivel siga creciendo, a que alcance la altura del cuello, y a que no se detenga hasta que los efluvios de esta alcantarilla nos impidan respirar.



Entonces, el futuro se desdibuja. Y trato de reinventarlo, es decir, de reinventarme. Y quiero que en ese mundo nuevo me sobre todo lo que no necesito, y reclamo el regreso de los placeres sencillos: de rebuscar libros ajados de segunda mano en los puestos, de comer un helado sentada en cualquier banco, de cantar durante horas, de amar en sentido bíblico y metafísico.

Reclamo un regreso a esa ingenuidad primigenia donde no había zanahorias que perseguir y donde uno asumía el mundo como se asume un sofá destartalado en casa ajena. No recreándose en lo incómodo que dormirá esa noche, ni en el dolor de cuello de mañana, sino haciéndose su hueco hasta encontrar la postura correcta y entregándose al sueño a placer.



martes, 5 de junio de 2012

La rutina es un ángulo recto

Una vez un profesor se quejó de que siempre nos sentábamos en clase en el mismo sitio. Obviamente. Somos frágiles animalitos de costumbres: uno escoge un pupitre el primer día, atrinchera las posaderas, y se siente cómodo observando la pizarra en un ángulo de exactamente 37 grados y desde una distancia de exactamente 7,7 metros durante los (exactamente) 9 meses siguientes.

Los seres humanos necesitamos aferrarnos a la geometría, a una perspectiva que nos permita controlar el mundo desde un único punto de vista. Y desde ese único punto de vista reconocemos lo que nos rodea y configuramos nuestro espacio en base a distancias, medidas y aproximaciones. Nos reconforta poder recorrer nuestro salón en completa oscuridad, mientras sorteamos lámparas, sillas y mesas por puro instinto. Saber el nombre del camarero del bar donde desayunamos cada día. Conocer al milímetro el horario del autobús. Imponernos rutinas más o menos férreas.



La seguridad de esos pequeños gestos cotidianos destierra todo lo que de caótica tiene la vida. Y en esas vidas seguras, siempre imperfectas, nos refugiamos anhelando que el caos pase de largo una vez más. Por eso aquel profesor nos invitó (huelga decir que, cuando media una jerarquía, invitar es un eufemismo del todo innecesario) a cambiarnos de ubicación. A experimentar la ansiedad de lo desconocido. A buscar otra perspectiva.

Hace tres años,  la vida me arrastró a Edimburgo por una temporada. Impulso, billete y maleta y uno se ve abocado a reinventar perspectivas. A abandonar el compás y aprender a trazar a pulso. Y descubre que a veces, al caos hay que invitarlo a pasar. Que el caos destruye, construye y deconstruye. Y que desde un ángulo distinto, no solo se ve la pizarra de otro modo: sucede que a veces, bueno, resulta que ni siquiera era una pizarra lo que uno creía estar viendo...

lunes, 4 de junio de 2012

Is love on the air?

On the air debe de estar, porque lo que es en la tierra, últimamente se le ve poquito...En mi caso particular no es como un pétalo que desciende majestuoso, se posa de pronto y te envuelve con el sutil aroma del delirio, con el tacto embriagador de esa felicidad sin paliativos que te impulsa a escribir gilipolleces como esta misma.
En mi caso es más bien como una cagada de paloma: una nota una agradable calidez sobre el hombro y exactamente un segundo después se da cuenta de que la realidad apesta.





Tampoco pasa nada: es bien sabido que todo contacto con la mierda, sea pisada o caída del cielo, regala a su portador un cheque de buena suerte. Y aunque sea de tres pavos, como los del Club Vips, oye, al menos te da para llevarte by the face este estupendo llavero, muy a tono con la vida misma, cuya fotografía aquí os dejo y del que me declaro absolutamente fans...

martes, 29 de mayo de 2012

Vales más por lo que hablas...

Tengo una tendencia natural a hablar de más. La incontinencia verbal forma parte de mí como un rasgo  primario de mi personalidad que aflora en los momentos más inapropiados así que, a lo largo de mi vida, no han sido pocas las ocasiones en que mis propias palabras me han provocado sonrojos, obligadas disculpas y algunas meteduras de pata de dimensiones colosales.

Reconozco que la incontinencia verbal suele ser agresiva, maleducada, inapropiada y exasperante. Es la naturalidad llevada a su máxima expresión, la escenificación de un mundo sin ley que, en contraste con esta realidad nuestra de apariencias y pretendidas buenas maneras, supone un lastre social nada desdeñable.

Aún así, o tal vez por esto mismo, siempre he desconfiado de los que callan. Quien guarda silencio o bien lo hace porque posee unos sentimientos excepcionalmente buenos, o bien por sibilino, o bien porque no tiene nada que decir. Admiro y envidio a quienes pertenecen al primer grupo (de ellos será el reino de los cielos...y el de la felicidad en la Tierra), pero siento por los otros una profunda desconfianza. Tal vez, por eso, me apasiona la gente de sangre caliente, y me niego a sondear los insondables misterios de los inexpresivos.



Si pudiera resetear mi personalidad, elegiría ser una persona tranquila y poseer un optimismo ingenuo y bienintencionado. Pero ni nunca he sido así, ni mis experiencias vitales han ayudado a domesticar esos bríos que arrastro desde mi más tierna infancia. Por eso, sin pretenderlo, gasto un tipo de sinceridad desgarrada, una ironía hiriente, como si la verdad desnuda abrasara menos cuando uno la vomita con palabras malsonantes. Como si uno pudiera exorcizar la rabia, la frustración, la injusticia y los malos pensamientos por el mero hecho de expulsarlos a voz en grito.

Que ser un bocachancla es una desgracia, ya lo dice el refranero español: "Por la boca muere el pez". Aunque rescato también esa expresión popular de "las mata callando". No nos olvidemos que en todos y cada uno de los ámbitos de la vida el que mata, amigos, es el que calla.

No sé a vosotros pero a mí, devota involuntaria del exceso de verbo, el silencio me da miedito...




domingo, 27 de mayo de 2012

Ana Ego

Hace algunos días coincidí con una persona, a la que tengo que ver muy de vez en cuando, y que ejemplifica lo que más detesto del mundo laboral. Esta mujer, a la que llamaré Ana -por ejemplo-, aún no ha cumplido los 40 y tiene un cargo intermedio (intermedio bajo) en una multinacional. Si yo fuera políticamente correcta diría que Ana no es santo de mi devoción, pero como no lo soy, expondré alegremente que me parece una subnormal redomada.

Ana, que es engreída, déspota, coquetuela hasta el vómito, agresiva como sólo puede serlo un hombre/mujer con una ambición desmedida y perfectamente visible, supura ego como supuran pus la heridas infectadas No me culpéis por emplear una metáfora tan desagradable, porque tiene su razón de ser: cuando el mundo empresarial se desangra, como un país en guerra, solo unos pocos mercenarios están destinados a sobrevivir. Y Ana ejecuta a la perfección ese papel del sálvese quien pueda: clavando las uñas (pintadas) a la silla; utilizando su feminidad como una Mata-Hari de tres al cuarto; derrocando competidores con artimañas rastreras, y atribuyéndose méritos ajenos sin sonrojo alguno.



Quiero pensar que las Anas de este mundo son solo eso, supervivientes, pero no es cierto: aunque apenas la conozco, sé que Ana fue siempre así. Y si yo fuera juez de un tribunal divino para los vivos (dejemos para otro post el hipotético tribunal para muertos y resucitados...) ejecutaría una sentencia ejemplar inspirada en los tiempos que vivimos: un despido inesperado, hiriente incluso, con una indemnización exigua (al gusto del nuevo Gobierno), dos horas en la cola del INEM y unos meses de incertidumbre.

Como no le deseo el mal a nadie, y no dudo de la valía profesional de Ana,  no prolongaría el castigo más allá de los seis meses. Tiempo suficiente, creo, para que aterrizara en el mundo real y se reconciliara con su humanidad perdida. Para que se curara de la ansiedad que le produce que el nombre de su cargo sea así y no asá. Pero, sobre todo, para que dejara de ser tan condenadamente trepa, y tan jodidamente maleducada.

Ana, creéme: ni es por verte sufrir, ni soy tan ingenua para creer que lo tuyo tiene cura... pero es que no se puede ser tan gilipollas...

domingo, 20 de mayo de 2012

Manifiesto por la ducha diaria

Queridos pasajeros de Metro de Madrid:

Mañana es lunes (otra vez...jodido infierno), hará calorcito, y sueño con que se abrirán las puertas del vagón y no tendré arcadas.

Qué queréis que os diga, cada uno tiene sus sueños: unos persisten en esa leyenda urbana llamada Lotería, otros planifican viajes que jamás podrán pagarse... Yo, que he aprendido el valor inestimable de la cotidianidad, soy más de placeres sencillos: me recreo en un ideal donde todo ciudadano se ducha a diario, los desodorantes dominan el mundo y la línea 4 huele, aunque sea, al batiburrillo chungo de la perfumería de El Corte Inglés.



En las largas horas que he pasado en el subsuelo de nuestra ciudad, he visto auténticas aberraciones no aptas para estómagos delicados, protagonizadas por quienes creen que cortarse las uñas entre San Bernardo y Goya es una forma de multitasking como otra cualquiera o que pueden incrustar su dedo en la nariz, recrearse a placer, tocar la barra que todos tocamos e irse de rositas.

Como el cerdo-cerdo es cerdo haga calor o frío, desde aquí, hago un llamamiento a todos aquellos que simplemente desconfían del jabón, para que vean en él un amigo y aliado y que, al menos de forma estacional, dejen que entre en sus vidas. Que el verano acaba de empezar y se hace muy muy largo en un subsuelo que hiede...


miércoles, 16 de mayo de 2012

Os presento a mi avatar...

Hoy quiero presentaros a alguien...

A la otra Little R., la que fue mi avatar durante mucho, mucho tiempo.  Pertenece a la segunda generación de Playmobil que se popularizó a finales de los ochenta, cuando los niños empezamos a demandar una dosis de realidad en nuestros juegos y nació la alternativa a barcos piratas, fuertes del Lejano Oeste y castillos medievales, en forma de autobuses amarillos, parejas de esquiadores o hamburgueserías en miniatura.

Pese a que me he deshecho de todos los juguetes que me acompañaron durante tantos años, nunca quise renunciar a esta miniyo que, desde entonces, veló el paso del tiempo en silencio desde su privilegiada posición en la librería (en sucesivas librerías, de hecho), y así lo seguirá haciendo por los siglos de los siglos. 


Ser este avatar era mucho mejor que ser una niña de nueve años. Lo primero: tenía tetas. Y eso molaba. Era mayor, lo que molaba más. Y ser mayor significaba coche, perro, un novio estupendo y una casa enorme en el campo donde uno hacía lo que le venía en gana. 

Ahora soy mayor y tengo tetas. No tengo perro. Ni coche. Ni novio estupendo. Y, por supuesto, no tengo tampoco una casa enorme en el campo. Lo de hacer lo que uno a le da la gana es una utopía que pronto quedó subyugada por obligaciones y responsabilidades varias. 

La verdad es que ser este avatar es mucho mejor que ser una tía de 30 años...

martes, 15 de mayo de 2012

Llévate mi queso y quédatelo

"Quién se ha llevado mi queso" ha sido uno de los grandes éxitos editoriales de los últimos años. No, ya sé que no tiene nada de raro: los libros de autoayuda son como los horóscopos y, en su ambigüedad, todo aquel que busque respuestas a su propia vida las encuentra sin forzar demasiado la imaginación. Poniendo por delante que todo libro de autoayuda me produce algo así como yuyu, yo también caí en sus garras en un momento dado y, por supuesto, también quise sentirme identificada.

La idea que promulga ese "cambiar o morir" es pragmatismo en vena. "Quién se ha llevado mi queso" expone una verdad monumental: "o te adaptas o te jodes". Pero fue mi querida madre, esta vez, la que vomitó sapos y culebras cuando llevaba la mitad del libro, alegando que era manipulador, y un instrumento del capitalismo más chungo que promovía la resignación absoluta. Y yo que, por supuesto, no soy nada pragmática, acepto la validez de ese axioma de "te adaptas o te jodes" porque, básicamente, es lo que hay, pero prefiero joderme y recrearme en la posibilidad de una involución controlada. Por supuesto, no he inventado nada, y además soy hija de mi tiempo, o sea, que me gusta que piensen por mí, así que existen ya numerosas filosofías al respecto y no tengo nada más que aportar.



Cribando aquellas que defienden la anarquía absoluta, un ecologismo radical, o un modelo neohyppy que rechaza el desodorante, hay otras que consideran que los seres humanos no hemos evolucionado tanto como para afrontar la realidad de este imperio de prisa y ambiciones. Que, al menos en un sentido puramente biológico, seguimos siendo el hombre de las cavernas y que muchas personas no pueden adaptarse a una vida sin vínculos sólidos y una seguridad que está meramente arraigada en el azar y lo material.

La utopía (¿o no?) de buscar la felicidad en una comunidad pequeña, más controlable, en contacto con la naturaleza y donde distribuir el tiempo de forma racional, insisto, no es mía. Ahí está por ejemplo el movimiento Slow o la idea de "modernidad líquida" de Zygmunt Bauman.

Si vosotros también sois más de joderse, y soñáis con un sistema de vida más paralelo que antisistema, os invito a que abandonéis al psiquiatra, queméis los libros de autoayuda y exploréis ejemplos de personas que, en lugar de cambiar para adaptarse a la vida que los hacía sentir inadaptados, han cambiado esa vida, y se han adaptado a una nueva, más acorde a su naturaleza. Algo así como...sí...llévate mi queso, que me voy a hacer el sandwich con mortadela...

lunes, 14 de mayo de 2012

Sana devoción


Hoy estoy agotada, y me quedo en casa... Será la tensión que baja con los primeros calores. Este mareo, una canción de Nacho Vegas, liar un cigarrillo, la noche del verano incipiente que entra por la ventana abierta, la luz tenue de una lámpara, un libro, el parpadeo de la tele muda. A veces, la felicidad es simplemente eso...



...Bueno, he de decir, que mi felicidad sería perfecta con una bolsa de Lays Gourmet o una pizza 4 quesos del Domino´s, pero la Sagrada Operación Bikini exige fe y sacrificio, sudor y lágrimas. Íntimamente deseo apostatar, pero los férreos lazos de mi frivolidad me obligan a reprimir el placer y, si alguna vez la debilidad humana me ha hecho sucumbir a los pecados de la carne (en salsa), la culpa me ha atenazado con sus garras frías...Grasa saturada, aparta de mí, pues, la tentación: el 1 de junio (sin falta) esta pecadora caerá rendida de nuevo a tus encantos y saciará su lujuria como una fiera hambrienta...



jueves, 10 de mayo de 2012

Hacienda, Bankia y el minuto del odio

Hoy estoy liada con la Declaración de la Renta...

Pienso en esa cantidad irrisoria que para mí lo significa todo, y pienso en Bankia, en cómo el Estado (es decir, la suma de todas esas cantidades irrisorias que cada uno aportamos y que para nosotros lo significan todo) pagará el indecente tren de vida de una panda de hijos de puta que ni siquiera han sabido hacer bien su trabajo.

Que se os hunda el yate con vosotros dentro. Que os dé alergia el caldo de ostras y os paséis cagando una semana seguida. Que la tinta del Montblanc os joda vuestra mejor camisa. Que vuestro cochazo os deje tirados en la carrera más oscura una noche de tormenta, os atraque una banda de rumanos y os meta el Rolex por el culo.

Y aquí termina mi minuto del odio. Porque el odio (lo leí en una novela deliciosa, "Almas grises") "deja en la carne sabor a inmundicia". Y nosotros, de comer mierda, ya andamos sobrados...



lunes, 7 de mayo de 2012

Espectadora crítica: investigaciones sociológicas que nacen del despecho

Esta mañana nos hemos desayunado en la oficina con este titular: "Las comedias románticas perjudican seriamente la salud social". Un estudio de una bloguera americana, inspirada después de que su novio le plantara el día antes de San Valentín, decidió investigar cómo las películas de Jennifer Aniston o Reese Witherspoon han creado un modelo erróneo para las mujeres, con independencia de "lo irónica y sofisticada" que sea la espectadora: el de que todas deseamos un hombre que nos redima y dé sentido a nuestra existencia.

Vale. Consideraciones.
1. Me preocupa mucho que dicha bloguera considere relevante que el plante se produjera el día antes de San Valentín (eso me hace pensar de qué tipo de espectadora estamos hablando...).
2. Me preocupa aún más que crea que las espectadoras "irónicas y sofisticadas" son las que, en principio, deberían estar vacunadas contra este tipo de inmundicia melosa, pero que sienta tan bien, pongamos, un domingo por la tarde. No creo que la sofisticación sea un arma intelectual lo suficientemente contundente para rebelarse contra los siempre hostiles clichés...
3. Lo que me acojona de verdad es que considere "ofensivas" las dos secuelas de la serie "Sexo en Nueva York". Creo que todos estaremos de acuerdo en que no son el culmen del séptimo arte, pero ambas son una gilipollez en la que, personalmente, no capto ni un mero atisbo de profundidad y, por tanto, ninguna intención oculta de ofendernos a nosotras, oh, pobres mujeres de a pie.

El artículo ha circulado vía Facebook, y de ahí ha llegado al jefe, que se ha apresurado a señalar que, por lo que oye desde su despacho, nosotras vivimos "en una eterna peli de Aston Kutcher y Katherine Heigl". Y yo, que soy como soy, voy a llevar la contraria a mi jefe, aunque sé de sobra que los jefes siempre tienen razón: si hubiera de establecer un paralelismo cinematográfico, diría que me siento más...Fellini.



Sumergidas en una crisis, solteras y desamparadas, nos hemos entregado a un hedonismo decadente. Las noches traen retazos de un deseo íntimo de ser amadas, de una necesidad vital que se apura con sorbos de gin-tonic y que tiene como escenario algunos locales de Madrid, de esos todo el mundo está fuera de lugar, ergo sobreactúa, ergo se convierte en una caricatura de sí mismo. Y en ese jodido baile de máscaras transcurre la vida real.

No llevamos la mechas californianas de la Aniston, ni calzamos Manolos...Somos más bien una versión neorrealista (e incluso surrealista) de una necesidad animal. En cristiano: que a estas alturas, una vez cumplidos los 30, tenemos más que claro que las películas porno no acaban en boda, que un whatsapp sin respuesta no es el amor de tu vida, que jamás te irás a cenar con ese compañero del curro que te parece un imbécil (y no, ese tampoco es el amor de tu vida), y que un tío con un jersey de reno jamás va a parecerte sexy (sobre todo, porque ningún Colin Firth de la vida se pondría jamás semejante atuendo en este lado de la realidad).

Resumiendo: que yo sigo sin ver el peligro social de una comedia romántica, cuando todas sabemos que son tan reales como la noche de Mordor...

martes, 1 de mayo de 2012

Ídolos para el recuerdo. Capítulo 1: Contigo no, bicho

Porque su ingenio nació del alcohol y la vergüenza. Por no haberse llevado el gato al agua pese a su innegable habilidad verbal. Por el chiste fácil de hoy y de siempre. Porque a todos nos han dado boletus alguna vez y no nos hemos reído tanto. Porque sólo el vídeo original ha sido visto por más de cinco millones de personas, e incluso existe una versión subtitulada en inglés ("not with you, critter"). Porque también existe una versión sudamericana en la que se describe el contenido como "español muy borracho hablando de chica que le negó una follada de muy malas maneras". Por romántico ("a esa tía en su puta vida nadie le ha tratado con amor"). Por poeta ("hija de una hiena"). Porque Fontvella debería haberte pagado por la mejor publicidad que le han hecho nunca. Porque se imprimieron camisetas y horteradas varias con tu lema en uno de esos ejercicios de elegancia patria. Porque te versionaron hasta las Nuevas Generaciones del PP del País Vasco para la campaña electoral (en otro de esos ejercicios de elegancia patria...)

Porque, pese a todo, rechazaste decenas de entrevistas y sólo accediste a un leve cameo en un videoclip ( http://www.youtube.com/watch?v=U4_xmb0yYuk) en vez de entregarte a una efímera fama de alcantarilla. Gracias, Carlos. Te llevamos siempre en nuestros corazones y esperamos de verdad que encontraras ese "cochino beso" y tengas ahora una novia en condiciones...



sábado, 28 de abril de 2012

El drama tenía nombre de cóctel

En un contexto como el actual en el que estamos infrapagados ergo infravalorados, y en el que la falta de esperanza debe guardarse bajo llave para no sucumbir al desaliento, las relaciones sociales en el trabajo se han convertido en una razón (aún más) de peso para levantarse cada día con buen talante. Dicen que toda generación tiene su drama. A nuestros abuelos les tocó una guerra, a nuestros padres el debido silencio y las calladas obligaciones de una España rancia. A nosotros, hijos de la ilusión y de la prosperidad, la tristeza de habernos preparado para un mundo que ya no existirá; un mundo donde el esfuerzo daba sus frutos, donde si te lo currabas, obtenías tu recompensa.

Esta crisis económica, cuya imagen más sombría es la de un paisaje de grúas abandonadas y urbanizaciones masivas a medio construir, ha cambiado la vida de muchos de nosotros, que nos iniciamos en el mundo laboral con sueños y expectativas, con salarios dignos, y que nos hemos visto abocados a aceptar que ya no somos quienes somos por lo que hacemos, ni mucho menos por lo que cobramos. Que nuestras pretensiones pequeñoburguesas se las llevó el viento. Que ya sólo nos queda la esencia.



Igual que la intelectualidad que repensó el mundo y lo transfiguró, a pequeña escala, nosotros hemos aprendido a despojarnos de esas pretensiones pequeñoburguesas, y aceptar que lo que nos hace felices es, exactamente, lo mismo que nos hace intrínsecamente humanos. Somos humanos, primero, porque pensamos: porque nos quejamos,  porque lloramos y nos adaptamos, porque nos evadimos, nos reinventamos, creamos. Pero, sobre todo, somos humanos porque nos relacionamos.

En un lugar cualquiera de la capital, en una empresa cualquiera,  vive una comunidad que no tiene nada de idílica, pero que afronta sus miserias con un buen golpe de optimismo en la mesa. Una comunidad donde reina la música, donde las horas extra joden menos porque son siempre en buena compañía, donde una pizarra blanca es la excusa para exorcizar los cabreos supremos, donde nos retratamos en el café del mediodía haciendo mofa de los desengaños, y donde nuestro afterwork del jueves promete crear escuela (voy a tirar tirar de emoticono... ;-))

Son las doce de la noche de un sábado y he vuelto a casa después de una jornada laboral (sí, de las de más de ocho horas) en bares varios de Madrid. Con ellas. Con mis compañeras. Huelga decir que nos hemos bebido nuestro drama (el de nuestra generación) y que, esta vez, el drama tenía nombre de cóctel...

viernes, 27 de abril de 2012

Poetas de barra

"¿Tú que eres, sal o azúcar?" Juro que esta frase ha sido engendrada por un cerebro humano con la intención de flirtear. Entendería semejante prodigio del ingenio en alguien cuyo deseo fuera el de inmolarse socialmente, el de ganar 100 pavos en una apuesta absurda con los colegas o el de revolucionar los cimientos de la literatura como lo hizo el editor que consideró que Bukowski era digno de ser leído. Lo entendería si quienes están tonteando se han conocido en un curso de cocina; si es un boquerón tratando de ligar con una galleta o una conversación de tú a tú con cualquier plato del menú degustación del Café Saigón, donde no sabes si lo que estás comiendo es carne, pescado, fruta o la servilleta.

Ahora en serio: capto la motivación. Es un lugar común (pero muy muy común) acusar a los hombres de carecer de la más elemental de las sensibilidades. Y además es injusto. Hay montones de hombres sensibles, auténticos poetas de pelo en pecho que resultan fascinantes porque poseen una inteligencia preclara, un talante artístico fuera de lo común, hablan bien sin resultar pedantes, y escriben bonito sin perder un ápice de masculinidad. Son muchos, es cierto, pero no son la mayoría.

Y como los hombres sensibles molan, así, en general,  he aquí un sencillo decálogo para no traspasar esa barrera que separa al poeta del más lamentable cantamañanas:

1. No pienses demasiado tu poesía. Deja que fluya. Si es producto del sesudismo y no de la inspiración, se notará. Tú pensarás: "soy un tipo sensible". Ella pensará: "es gilipollas".

2. Las telenovelas no son un referente. No, los boleros tampoco si no pretendes ligar con mi abuela. Bécquer no es tolerable más allá de los 16 años y, antes de recitar a Neruda, asegúrate de que tu víctima no superó la EGB: cualquier chica con un mínimo de cultura general a la que abordes con un "me gusta cuando callas porque estás como ausente" tendrá arcadas súbitas al escuchar el verso de marras. No quieres eso, ¿verdad?

3. Si tu verso es bello después de cinco gin-tonics desengáñate: es una puta mierda. Cuando uno se ha pasado los últimos diez años leyendo manga no hay ginebra que le convierta en Lord Byron, así que mejor sé tu mismo...

4. El ingenio es como la estatura: se tiene o no se tiene. Si no fuiste agraciado con ese don, potencia otros. Los tíos serios que por una vez intentan ser graciosos dan lástima. Y la lástima, que yo sepa, jamás fue preludio de la atracción.

5. Antes de engendrar un piropo, fíjate bien en lo que piropeas. Si ella tiene, pongamos, un pelo ratuno y le dices "tú melena brilla como un sol de invierno" podría incluso escupirte.



6. Extraigo el ejemplo anterior para explicar el punto 6. Nada de metáforas relacionadas con la madre naturaleza. Ninguna flor, ni luna, ni árbol hará que duermas acompañado. Ahora lo bizarro es cool porque la poesía moderna se nutre, básicamente, de la falta de poética que tiene la cotidianidad. Un ejemplo admisible sería algo así como: "eres como una napolitana de chocolate" (vale, según quién, podría tener también arcadas, podría también escupirte, pero también podría funcionar, cosa que no ocurrirá si mascullas un "eres el almendro en flor").

7. No, no me creo que tu libro de cabecera sea "Hojas de hierba". Y si te subes a una silla a recitar "¡Oh capitán, mi capitán!", pensaré que en vez de leerlo te lo has fumado.

8. Por supuesto, si cantas mal, puedes irte olvidando de entonar "Las nanas de la cebolla"...

9. Haz un breve análisis de target antes de idear tu verso. Tienes un claim para venderte o cagarla. Los estados de Facebook me han demostrado que (sorprendentemente) Bécquer, Neruda, los boleros y las metáforas relacionadas con la naturaleza siguen funcionando más allá de los 30 en determinados sectores. Vende tu alma a Google y las redes sociales. La claves es: psicopatea y vencerás. 

10. Si eres un poeta pésimo, un cantante peor, las "Hojas de hierba" las tienes plantadas en una maceta en la terraza y las versiones que hace Serrat de Machado o Miguel Hernández te dan grima, no te preocupes ni lo más mínimo: al menos un 25% de las mujeres (según el último estudio de Nielsen, "Audiencias de barra, 2011") han disfrutado con "Freddy vs. Jason", sabían quien era Bilbo Bolsón antes de que saliera la película, beben la cerveza directamente en la lata y cuando ven un libro de Danielle Steel piensan que bomberos como Montag, a fin de cuentas, tenían su razón de ser...

miércoles, 25 de abril de 2012

Sólo las tontas se depilan


Conversación en grupo 100% verídica vía whatsapp:

INDIGNADA: Hola chicas, estoy indignada. Hoy me ha dicho una compañera del departamento que arreglarse mucho era de mujeres de derechas, antiguas tradicionales y mujeres florero.
FEMINISTA: Recuerda a Cipolla: siempre hay más idiotas de los que uno piensa.
LITTLE R: Eso es que fea como un demonio y no tiene apaño ni arreglada ni sin arreglar.
INDIGNADA: Pues ya me ha jodido el día la feminista de los cojones. LittleR escribe un post, que lo voy a colgar en el corcho del departamento.
FEMINISTA: Me niego a que la llames feminista, lo que es, es una gilipollas.
LITTLE R: Feminista trasnochada.
INDIGNADA: Yo creo que es de la generación de nuestra madres, pero de esas que piensan que una mujer inteligente es la que no se depila.

Puntualicemos. INDIGNADA se arregla, se maquilla siempre, usa cremas estupendas, lleva tacones y es adicta a la plancha del pelo. Pero INDIGNADA ha estudiado dos carreras (una de ellas Filosofía), es lectora impenitente de ensayo, novela y prensa general, revolucionaria de pro y lo que todos consideraríamos una tía de inteligencia intachable. 



Por supuesto, estoy de acuerdo con INDIGNADA: esa fórmula según la cual la atención que prestas a tu aspecto físico es inversamente proporcional a tu nivel intelectual me ha parecido siempre pura mierda. Así. Sin paliativos. 

Así que...mujeres florero, frívolas y antiguas uníos por la palabra del dios Zara, de la Santa Cera y la bendita Epilady. Oremos por las ingles depiladas y el espíritu del pintalabios. Que no habrá plaga que nos baje de los tacones, ni feminista trasnochada que nos obligue a elegir entre Doris Lessing y la laca de uñas. Oremos por el pronto fin del champú 2en1 del Mercadona. Alabemos la palabra del Cuore sin dejar de alabar a Dickens. Admiremos la sagrada imagen del encaje, por mucho que pique. 

Porque, le pese a quien le pese, seguiremos tirando de escote para evitar multas mientras el mundo sea mundo.... Amén.

martes, 24 de abril de 2012

Spam, malware, phishing y otros peligros de la vida real

Cuando estaba en el colegio y me peleaba con las matemáticas (me sigo peleando a día de hoy, solo que entonces no teníamos a mano la calculadora del móvil) una profesora utilizó un sencillo símil para explicarnos el resultado de multiplicar números positivos y negativos. Los amigos de mis amigos son mis amigos (o sea positivo por positivo igual positivo); los enemigos de mis amigos son mis enemigos (o sea, negativo por positivo igual negativo); los enemigos de mis enemigos son mis amigos (negativo por negativo igual a positivo). La experiencia vital demostró después que aquel símil no tenía ni pies ni cabeza, pero lo cierto es que cumplió su objetivo, porque jamás se me olvidó.

Ahora que trabajo en el mundo de la tecnología y que me peleo con una terminología que a veces me produce vértigo, echo de menos esos símiles para tontos o para niños o para los rematadamente vagos, que me facilitarían bastante esto de la comprensión. He observado que quienes viven y respiran en este mundillo están inmersos en una realidad paralela (preferiblemente táctil y en alta resolución) en la que presuponen que todo el mundo sabe lo que es un teclado qwerty, y en la que se habla de hashtag como quien habla del tiempo.

Para alguien que ha sido hasta hace poco profana en la materia resulta difícil de asumir que, por ejemplo, se pueda hacer un chiste a cuenta de Skydrive. Me reconozco fanática absoluta del Facebook ( pero por cotilla y no por moderna: a fin de cuentas lo de comentar estupideces y fisgar en vidas ajenas es algo ya hacían nuestras abuelas en el 47, cuando Google se llamaba María Luisa o Adela, llevaba falda y vivía en una portería); desertora del Twitter; perezosa con LinkedIn e ignorante absoluta con Pinterest. Aún así, entiendo que a día de hoy, una socialización sin redes sociales es una socialización a medias, como lo era una socialización sin misa en el 47. 



Pero, ¿cuáles son los riesgos que nos acechan en nuestra vida social ahora que nos importa un carajo saber que iremos al infierno y que la indecencia no solo no es ignominiosa sino el sueño de todo soltero? ¿Qué es todo eso del spam, del malware, del phishing? Dejadme que intente entenderlo utilizando para ello mis propios símiles.

Spam son aquellos mensajes no solicitados que aterrizan en nuestro correo de forma intrusiva o incluso ofensiva (obviamente no existe ningún motivo para que reciba dos ofertas diarias de alargamiento de pene) Spam es, por tanto, todo mensaje indeseable o superfluo. Spam puede ser la conversación de alguien que me cae fatal, el consejo del hermano equilibrado que no acepta los (¡benditos!) devaneos existenciales del otro o el pensamiento negativo que te jode la calma cuando todo va bien.

Malware es un tipo de software creado expresamente para dañar tu ordenador. Hay muchos tipos de malware: virus, gusanos, troyanos y gavilanes de discoteca. Este último es más guapo que el virus, más estilizado que el gusano, igual de hercúleo que el troyano -aunque no lleva caballo-, pero provoca cortocircuitos mentales después de tres minutos de cháchara.

Phishing es la práctica de ciertas webs que se fingen perfiles para robarnos los datos. Se me ocurre que  Isabel Pantoja tiene muchos amigos expertos en este arte...

Cuidado con estos riesgos, amigos. Numerosos ejemplos de spam, malware y phishing  acechan en las vidas real y virtual ahora que se estudia a través de un post, se tuitea la felicidad, se exhibe la moral en Facebook y las miserias ajenas siempre están al alcance de un solo click para consolarnos...




lunes, 23 de abril de 2012

Nueva moda en...vaginas

Estoy traumatizada. En serio. Acabo de enterarme de que ha salido un mercado un producto para blanquear y abrillantar la vagina. Como os lo cuento. Y si queríais carnaza, os doy ración doble: se llama "Clean & Dry". 

Se me ocurren decenas de chistes fáciles en este momento, pero supongo que es porque tengo el mismo humor que los encargados de poner nombres a toda esa gama de perversidades ideadas para higiene femenina y cuyo último hit es sin duda "Chichi Pocket" (vale que es malo, pero si escribo un blog es para quedarme a gusto...)




No, chicas, olvidaos: ya no sirve con llevar bragas bonitas, ni con depilarse hasta el paroxismo, ni siquiera con rejuvenecerse tirando de bisturí cuando la cosa empieza a decaer. Para ser sexy hay que blanquearse. 

Podría soltaros un discurso de tintes feministas al respecto, pero ante el anuncio de semejante engendro toda palabra es insuficiente.


Al final va a ser verdad eso de que la belleza está en el...interior. Glup.

viernes, 20 de abril de 2012

El emoticón o la vida

Dicen los que se han aventurado a leer este blog mío que escribo igual que hablo. Es decir, que pueden verme gesticular y matizar, con esos paréntesis que empleo también en mi vida- real- no-virtual (soy un ejemplo de cómo hacer incisos sin ser particularmente incisiva).

Me gusta la idea... Cuando empezó el auge de los SMS, en aquella prehistoria reciente donde lo más de lo más era tener un móvil cada vez más pequeño y Nokia era igual a "cool" (qué tiempos, ¿eh?) muchos puristas en esto del lenguaje se llevaron las manos a la cabeza alegando que la simplificación que imponía el número de caracteres, las abreviaturas más o menos bizarras y la batalla descarnada contra la "h" tendrían consecuencias a corto plazo en el dominio de los jóvenes sobre la lengua castellana (he de decir que siempre me rebelé contra este último punto, me produce compasión todo lo que es bello pero inútil, con la excepción de algunas presentadoras de televisión de cuyos nombres no quiero acordarme).

Creo honestamente que se equivocaban: esas abreviaturas las usaban los estudiantes desde tiempos inmemoriales, y el hatajo de futuros terroristas ortográficos, destinados a la vergüenza ajena, no eran producto de los SMS, sino de un cambio en los patrones de "lo admirable", donde ellos querían ser musculosos y ricos y no médicos ni abogados, y ellas anhelaban ser guapas y delgadas, no cultas y libres (y paro ya, que me emociono...)



En la actualidad, vivimos en el imperio del emoticono. Todo lo que de confuso y simplista tenía este lenguaje limitado a un exiguo número de caracteres ha quedado solventado con esas caritas sonrientes (la mar de cucas) que introducimos cuando nos comunicamos mediante email o whatsapp. Y su poder de comunicación resulta tan abrumador, que yo incluso los echo de menos en la vida-real-no-virtual. Las caritas amarillas (la mar de cucas) son una versión mejorada de nuestro complejo universo de músculos faciales, porque no poseen la precisión de éstos, pero sí un matiz ingenuo que resulta conmovedor. Una carita triste produce dulce lástima (pero no rechazo ni la consabida y siempre patética pena); la carita enfadada provoca cierta ternura, como esas personas que se enfadan a medias (creo que yo enfadada produzco puro asco, hasta a mí misma); y esa carita que guiña un ojo a modo picaruelo, no resulta jamás sórdida aunque su intención sobrepase con mucho los límites del término "picaruelo"...

En su versión más rudimentaria, los emoticonos resultan aún más inofensivos: a nadie ofende ni conmueve un paréntesis o dos puntos. A nadie sonroja un punto y coma. Nadie se puede molestar porque un comentario suyo haga que mi boca se convierta en una "ese" mayúscula (aunque esa "ese" mayúscula signifique "la he cagado hasta el fondo, jefe, jeje...").

Ay, quién pudiera ponerse en modo emoticono para controlar los bríos del impulso y la rabia y rehacer la vida sin los malentendidos que provoca la acritud más descarnada. Ay...