miércoles, 27 de marzo de 2013

Para nosotros, que no somos de versos

No me gusta la poesía. Yo soy prosaica en su más amplio sentido. No tengo un concepto estético de la realidad. En la realidad, no riman ni hechos ni palabras. La realidad está formada por una difícil mezcla de momentos, entremezclados, ensamblados de cualquier manera , dibujados con trazo grueso. No hay arte en la realidad. No veo la mano firme del pintor en cada hora, ni lo cotidiano evoca la belleza en sus manifestaciones más simples. La realidad es solo eso: realidad.

Quizá sea solo resentimiento. O que estoy cansada de las palabras. De las que me dicen, las que digo y, sobre todo, las que callo. De las que nos dicen cuando nos mienten sin pudor. De las que decimos porque convencionalismos mandan. De las que callamos por no perder lo poco que tenemos. 



Es posible que, a fin de cuentas, la poesía sea justamente la total carencia de realidad: la palabra libertaria, que se eleva sobre miedos e imposiciones. La palabra de verdad. La de la rima libre que llora, que canta, que ama, que grita y la que proclama la justicia del improperio merecido. También la que existe sin razón, porque sí, o por qué no, o porque llevaba mucho tiempo aguardando a ser pronunciada. 

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