miércoles, 15 de agosto de 2012

Ni piedra de una iglesia, ni piedra de un palacio, ni piedra de una audiencia

Me abandono hoy a la utopía. Y lo hago de la única manera en que uno puede sumergirse en su ideal personalísimo, es decir, diciendo sí a la ingenuidad, abrazándola con ansia ciega. Es un ejercicio que practico a menudo, en íntima rebeldía, contra la resignación que impone el mundo real.

Con la perspectiva que me dan las vacaciones, me recreo en el mundo laboral, donde la utopía es un sistema meritorio que arrancaría con la abolición absoluta de las universidades privadas. De este modo, los tontos ricos serían lo que son esencialmente (tontos), y los listos pobres dejarían de ser lo que esencialmente son en la actualidad (pobres). Impondría, pues, una dictadura de la inteligencia y el esfuerzo, donde la cuna no sería garantía de absolutamente nada, y donde quedarían fuera de juego ese hatajo de jefecillos que se definen por su ineptitud suprema y sus aficiones de élite, y que son lo que son gracias a una cartera paterna lo suficientemente nutrida como pagarles un pase a la gloria.



En mi extraño periplo de los últimos años he conocido a personas de inteligencia preclara, abrumadoramente cultas, honestas, trabajadoras y con un sentido del deber y de la responsabilidad envidiables. Pero carecían de toda ambición: no habían sido hechas para las peleas de gallo de despacho, jamás hubieran pagado cuarenta mil euros por un master que les enseñara a vender humo y, por supuesto, se pasaban por el arco del triunfo los convencionalismos y maneras que impone el networking más radical. Su ambición era solo ser quienes querían ser. Hacer exactamente lo que que querían hacer. Y su inteligencia no era el pasaporte para una vida de lujo y poder, sino para una vida más plena.

Dedico mi post de hoy a esa élite de auténticos librepensadores que no nacieron para ser ni piedra de una iglesia, ni piedra de un palacio, ni piedra de una audiencia. Aunque en mi ingenua utopía de la meritocracia real, son un material de construcción mucho más sólido que la moralla que sostiene los cimientos de este sistema nuestro. A los hechos me remito...




2 comentarios:

  1. Buenísimo!!!! Sobre todo lo de los tontos ricos serían lo que esencialmente son (tontos) XDDDDD
    Por cierto, te has leído "Ensayo sobre la estupidez humana" está en Allegro ma non tropo de Carlos Cipolla...

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    1. :D Prometo leerlo y darte feedback (suena bien!!, gracias por la recomendación!!)

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