domingo, 27 de mayo de 2012

Ana Ego

Hace algunos días coincidí con una persona, a la que tengo que ver muy de vez en cuando, y que ejemplifica lo que más detesto del mundo laboral. Esta mujer, a la que llamaré Ana -por ejemplo-, aún no ha cumplido los 40 y tiene un cargo intermedio (intermedio bajo) en una multinacional. Si yo fuera políticamente correcta diría que Ana no es santo de mi devoción, pero como no lo soy, expondré alegremente que me parece una subnormal redomada.

Ana, que es engreída, déspota, coquetuela hasta el vómito, agresiva como sólo puede serlo un hombre/mujer con una ambición desmedida y perfectamente visible, supura ego como supuran pus la heridas infectadas No me culpéis por emplear una metáfora tan desagradable, porque tiene su razón de ser: cuando el mundo empresarial se desangra, como un país en guerra, solo unos pocos mercenarios están destinados a sobrevivir. Y Ana ejecuta a la perfección ese papel del sálvese quien pueda: clavando las uñas (pintadas) a la silla; utilizando su feminidad como una Mata-Hari de tres al cuarto; derrocando competidores con artimañas rastreras, y atribuyéndose méritos ajenos sin sonrojo alguno.



Quiero pensar que las Anas de este mundo son solo eso, supervivientes, pero no es cierto: aunque apenas la conozco, sé que Ana fue siempre así. Y si yo fuera juez de un tribunal divino para los vivos (dejemos para otro post el hipotético tribunal para muertos y resucitados...) ejecutaría una sentencia ejemplar inspirada en los tiempos que vivimos: un despido inesperado, hiriente incluso, con una indemnización exigua (al gusto del nuevo Gobierno), dos horas en la cola del INEM y unos meses de incertidumbre.

Como no le deseo el mal a nadie, y no dudo de la valía profesional de Ana,  no prolongaría el castigo más allá de los seis meses. Tiempo suficiente, creo, para que aterrizara en el mundo real y se reconciliara con su humanidad perdida. Para que se curara de la ansiedad que le produce que el nombre de su cargo sea así y no asá. Pero, sobre todo, para que dejara de ser tan condenadamente trepa, y tan jodidamente maleducada.

Ana, creéme: ni es por verte sufrir, ni soy tan ingenua para creer que lo tuyo tiene cura... pero es que no se puede ser tan gilipollas...

No hay comentarios:

Publicar un comentario