A la otra Little R., la que fue mi avatar durante mucho, mucho tiempo. Pertenece a la segunda generación de Playmobil que se popularizó a finales de los ochenta, cuando los niños empezamos a demandar una dosis de realidad en nuestros juegos y nació la alternativa a barcos piratas, fuertes del Lejano Oeste y castillos medievales, en forma de autobuses amarillos, parejas de esquiadores o hamburgueserías en miniatura.
Pese a que me he deshecho de todos los juguetes que me acompañaron durante tantos años, nunca quise renunciar a esta miniyo que, desde entonces, veló el paso del tiempo en silencio desde su privilegiada posición en la librería (en sucesivas librerías, de hecho), y así lo seguirá haciendo por los siglos de los siglos.
Ser este avatar era mucho mejor que ser una niña de nueve años. Lo primero: tenía tetas. Y eso molaba. Era mayor, lo que molaba más. Y ser mayor significaba coche, perro, un novio estupendo y una casa enorme en el campo donde uno hacía lo que le venía en gana.
Ahora soy mayor y tengo tetas. No tengo perro. Ni coche. Ni novio estupendo. Y, por supuesto, no tengo tampoco una casa enorme en el campo. Lo de hacer lo que uno a le da la gana es una utopía que pronto quedó subyugada por obligaciones y responsabilidades varias.
La verdad es que ser este avatar es mucho mejor que ser una tía de 30 años...
No hay comentarios:
Publicar un comentario