viernes, 20 de abril de 2012

El emoticón o la vida

Dicen los que se han aventurado a leer este blog mío que escribo igual que hablo. Es decir, que pueden verme gesticular y matizar, con esos paréntesis que empleo también en mi vida- real- no-virtual (soy un ejemplo de cómo hacer incisos sin ser particularmente incisiva).

Me gusta la idea... Cuando empezó el auge de los SMS, en aquella prehistoria reciente donde lo más de lo más era tener un móvil cada vez más pequeño y Nokia era igual a "cool" (qué tiempos, ¿eh?) muchos puristas en esto del lenguaje se llevaron las manos a la cabeza alegando que la simplificación que imponía el número de caracteres, las abreviaturas más o menos bizarras y la batalla descarnada contra la "h" tendrían consecuencias a corto plazo en el dominio de los jóvenes sobre la lengua castellana (he de decir que siempre me rebelé contra este último punto, me produce compasión todo lo que es bello pero inútil, con la excepción de algunas presentadoras de televisión de cuyos nombres no quiero acordarme).

Creo honestamente que se equivocaban: esas abreviaturas las usaban los estudiantes desde tiempos inmemoriales, y el hatajo de futuros terroristas ortográficos, destinados a la vergüenza ajena, no eran producto de los SMS, sino de un cambio en los patrones de "lo admirable", donde ellos querían ser musculosos y ricos y no médicos ni abogados, y ellas anhelaban ser guapas y delgadas, no cultas y libres (y paro ya, que me emociono...)



En la actualidad, vivimos en el imperio del emoticono. Todo lo que de confuso y simplista tenía este lenguaje limitado a un exiguo número de caracteres ha quedado solventado con esas caritas sonrientes (la mar de cucas) que introducimos cuando nos comunicamos mediante email o whatsapp. Y su poder de comunicación resulta tan abrumador, que yo incluso los echo de menos en la vida-real-no-virtual. Las caritas amarillas (la mar de cucas) son una versión mejorada de nuestro complejo universo de músculos faciales, porque no poseen la precisión de éstos, pero sí un matiz ingenuo que resulta conmovedor. Una carita triste produce dulce lástima (pero no rechazo ni la consabida y siempre patética pena); la carita enfadada provoca cierta ternura, como esas personas que se enfadan a medias (creo que yo enfadada produzco puro asco, hasta a mí misma); y esa carita que guiña un ojo a modo picaruelo, no resulta jamás sórdida aunque su intención sobrepase con mucho los límites del término "picaruelo"...

En su versión más rudimentaria, los emoticonos resultan aún más inofensivos: a nadie ofende ni conmueve un paréntesis o dos puntos. A nadie sonroja un punto y coma. Nadie se puede molestar porque un comentario suyo haga que mi boca se convierta en una "ese" mayúscula (aunque esa "ese" mayúscula signifique "la he cagado hasta el fondo, jefe, jeje...").

Ay, quién pudiera ponerse en modo emoticono para controlar los bríos del impulso y la rabia y rehacer la vida sin los malentendidos que provoca la acritud más descarnada. Ay...


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